sábado, 16 de junio de 2012

Que no puedes fiarte de los chicos que solo dicen tequieros.

Ella hablaba de recaídas y penas húmedas en los meses de verano, que no entendía ni encajaba. Ella estaba en proceso de entender por qué había salido a patadas de su mundo y él a propulsión de su gravedad, años luz les separaban, como si nunca hubieran compartido saliva,abrazos,risas y calentones. Me contaba que todo cambió en dos días y cuatro palabras mal dichas y que parecía subrreal, como cuando te levantas de un mal sueño.


Aún le sigue sorprendiendo la capacidad que tiene él de volver a levantar el muro, o como escribió en él algo tipo “a otra cosa mariposa” o “si te he visto no me acuerdo”. Creo que ella hasta pidió ser un poco así por navidad. Qué lástima. Mira que había cometido errores en su vida, pero él era el más grande y el más arrogante. Ya solo quedaba elegir: escombros o indiferencia, dejar las heridas a carne viva o hacerse con tiritas tamaño XXL.
En su reproductor sonaba que el mundo estaba del revés ese fin de semana y que había que buscar cordura. Entonces descubrió que las resurrecciones existen y las lágrimas no son infinitas, se agotan o en su defecto, se evaporan. Dejó que fuera el tiempo quien jugara la partida de bolos y derribara los daños. Que fueran los meses quienes pusieran a cada uno en su sitio, mientras ella buscaba el suyo. Aunque todo eso le quedara grande, recogió los restos del desastre, para que no quedara ni uno a la vista, los metió en una caja y los guardó al final del armario.


Y todos los tequieros que sobraban, volaron por falta de peso. 

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