La inspiración llegó a borbotones,
tras la estampida.
No recordaba haberle abierto la puerta,
hasta que se coló en la casa
y las paredes quedaron cubiertas de tinta.
No tuve tiempo de recoger los restos del incendio.
Las inseguridades colgaban de un lado de la cama,
con un par de promesas a medias,
enredadas en las sábanas
- mierda, ahora tendré que cambiarlas -.
Las mentiras las acumulé en un cajón
sin preocuparme demasiado
por si algún día revienta
y dejé encima de la mesa
un folio en blanco
donde esparcir la nostalgia
y que el recuerdo
trabaje por su cuenta.
Será el frío que aprieta,
el invierno que no alberga reservas
y la mosca,
siempre detrás de la oreja.
sábado, 25 de noviembre de 2017
viernes, 24 de noviembre de 2017
La vida sin vértigo
Hoy he salido a caminar
me he puesto las botas,
a prueba de realidades,
y me he pintado los labios de rojo,
ese color que tan poco duraba en mi boca
cada vez que me vestía de sonrisas
para ir a verte.
Sin pensarlo,
he llegado al Museo del Prado
y he visitado esa exposición
a la que prometimos ir juntos.
Casi sin darme cuenta,
he buscado el reflejo
de tus ojos verdes
en todos los espejos,
y lo único que he encontrado
es a una niña disfrazada de mujer
que no sabe qué hacer
con todos los recuerdos
de la vida que nunca tuvimos.
Después de desvivirme
en cada pincelada,
he seguido caminando
y he recorrido
el mismo paseo que hicimos juntos
la primera vez
que abrimos nuestras ventanas al mundo:
entonces vi en ti una galaxia,
con poemas como estrellas.
Ahora el cielo está cubierto
por un enorme agujero negro
y unas nubes,
que amenazan con tormenta.
Ya en casa
he abierto una botella de vino
que guardaba
para una maratón de películas clásicas
que jamás vimos
y borracha por la rabia,
me fui a la cama:
esa que ya no recuerda
el día que decidimos rendirnos
y tirar la toalla.
A la mañana siguiente,
el vértigo se había disipado.
Solo entonces,
caí en la cuenta:
fuimos soñadores
de un futuro
que no recordamos
cuando despertamos.
me he puesto las botas,
a prueba de realidades,
y me he pintado los labios de rojo,
ese color que tan poco duraba en mi boca
cada vez que me vestía de sonrisas
para ir a verte.
Sin pensarlo,
he llegado al Museo del Prado
y he visitado esa exposición
a la que prometimos ir juntos.
Casi sin darme cuenta,
he buscado el reflejo
de tus ojos verdes
en todos los espejos,
y lo único que he encontrado
es a una niña disfrazada de mujer
que no sabe qué hacer
con todos los recuerdos
de la vida que nunca tuvimos.
Después de desvivirme
en cada pincelada,
he seguido caminando
y he recorrido
el mismo paseo que hicimos juntos
la primera vez
que abrimos nuestras ventanas al mundo:
entonces vi en ti una galaxia,
con poemas como estrellas.
Ahora el cielo está cubierto
por un enorme agujero negro
y unas nubes,
que amenazan con tormenta.
Ya en casa
he abierto una botella de vino
que guardaba
para una maratón de películas clásicas
que jamás vimos
y borracha por la rabia,
me fui a la cama:
esa que ya no recuerda
el día que decidimos rendirnos
y tirar la toalla.
A la mañana siguiente,
el vértigo se había disipado.
Solo entonces,
caí en la cuenta:
fuimos soñadores
de un futuro
que no recordamos
cuando despertamos.
domingo, 19 de noviembre de 2017
Si tú dices Ben
Vengo a probarte.
a teñir de estrellas el sonido de tu risa,
descolocar tus palabras cuando hablas,
para después encontrarnos en ese punto
y aparte,
que siempre comienza con otro párrafo,
mejor que todos los capítulos anteriores.
Vengo a enseñarte
que la espera,
a veces,
es el mejor calentamiento,
antes de echarnos a correr
por este maratón que llamamos “vida”.
Vengo a contarte,
que ya me acostumbré al lenguaje de la herida,
el dialecto de las cicatrices,
las abreviaturas de las frases que nunca te dije,
por miedo a quedarme muda.
Vengo,
no sé si para quedarme,
pero sí para besarte las costillas,
hasta que florezcan los almendros
y líderes la primavera.
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