martes, 17 de enero de 2012

I love the way you brush your hair.

Ella estaba a unos levis y tres botones de seducirle, no sabía que con solo una mirada le había dejado mudo. Tampoco entendía como su encanto se había fijado en su sonrisa de idiota. Fue cuando las sábanas se abrieron haciéndoles de saludo ese sábado, y el cuerpo de alfiler de ella, entretenido entre las bonitas manos de él, se había propuesto empañar los cristales esa noche. Y un vistacito a su desnudo y un paseo desde la cadera derecha al ombligo arreglaban cualquier desastre habido y por haber. Doscientas pulsaciones arrancaban sus pulmones, dos bocas se rozaban y cuatro pupilas nerviosas intentaban sofocar sus ganas más guarras que coordinadas. La adrenalina echaba una carrera a la razón por cada vena de su cuerpo y los capilares jugaban a alzarse más alto que sus respiraciones entrecortadas. Allí estaban los dos en la habitación, ella contaba los lunares de su espalda, él con cosquillas donde no tiene que haberlas, ella intentando olvidar daños, él curándole daños con sus hoyuelos. Un ejército de hormigas, la ropa por el suelo y el amor en el aire. Una sensación mejor que los atracones de nocilla, que tu canción favorita sonando en la radio o que la serie completa de Gossip Girl.


- Te morías por una noche de estas. Pero ten cuidado, llegará el día en el que él te ponga la mano encima y tú no la sientas. O el día en el que aborrecerá tu forma de contarle tonterías. Porque una noche es poco tiempo, pero para siempre.. demasiado. 

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