Las
personas se pasan la vida levantando muros a su alrededor y unos pocos los
saltan. Y tú y yo decidimos saltarlos, y es verdad eso que dicen de los muros: si decides saltarlos, las vistas al otro
lado son preciosas.
Yo y mi
pijama descolorido te contábamos que estábamos planeando derribar tus muros esa
tarde. Pensando en dóndes y cuándos se nos pasó el rato. Diciembre de fondo y de frente tus pupilas. Tostadas de pan integral para desayunar, integral, como mi desnudo.
A
veces, durante esos discursos míos sobre el amor y otras tonterías variadas, me
mirabas de esa manera. Nunca te lo dije, pero cuando ponías esa cara, una
mezcla rara entre interés y “no te estoy escuchando, pero me encanta lo que
dices”, me sentía bien, es más, creo que nunca he estado tan bien. Era como
si te electrificaran. Como si tus ojos fueran cuchillos que cortaran con su
filo mi respiración entre cada golpe de Estaba tan feliz que no paraba
de hablar, los nervios me salían por la boca a la velocidad de diez palabras
por segundo. Y de vez en cuando me callabas con un beso, porque supongo que era un poco pesada.
Recuerdo que decías que un beso es el
mejor respiro y yo te decía que eso lo eras tú. Y no, no podíamos librarnos de
darnos ya la chapa y abrazos a todas horas, que esta vida tiene cosas bonitas pero nada
comparado a tus vistas, ya sabes, detrás de esos muros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario