sábado, 12 de enero de 2013

seiscientos once


¿Cuándo consigues aceptar que sus historias nunca van a amanecer en tu almohada o que su sonrisa no estará brillando solo para ti en la acera de enfrente? No me digas que no has pensado ni un segundo en los seiscientos kilómetros que nos separan. Que tu corazón no se ha congelado de pena después de escuchar nuestra canción. Esa pena como aguacero que moja las ventanillas durante el viaje de vuelta; no sé si sabes que ninguno estamos a salvo de los aguaceros si donde llueve es en el corazón. 

  Reduces tu locura de vida en cuatro guiños tontos y dos cervezas. Mis botitas negras se levantan del suelo enganchadas en tu cintura. Y tú volteas mis problemas, aprietas fuerte mi cuerpecito curioso con saber cómo te había tratado la vida. Hablas como si no supieras de qué va todo esto, como si te supiera a poco este mucho que solo tú y yo conocemos. Estallamos una guerra entre lo que no podemos, lo que no debemos y lo que queremos, y llamas de madrugada a la puerta de mi habitación de hotel. La 611, donde te esperan los besos que no se dieron. Los nervios que tú solo me provocas se frotan los ojos, para saber si eres realidad. Los tuyos no paran de contarme que por el norte llueve mucho y que les faltan soles y chicas de ciudad. No sabía hasta entonces todo lo que echaba de menos tu acento, tu pestañeo lento. No sé si fue en tu excusa o en la mía, ni si nos pasamos de la raya porque estábamos con los ojos cerrados... Y los sueños despiertos.

Pero todo eso se queda en una historia sin final, en llorarte cada vez que ponemos carretera de por medio. Y ahora quiero que te quedes con mi mitad, porque tú ya has rellenado el hueco de todo lo que he perdido este año. A cambio, te prometo también ser tu secreto y quererte lejos, pero lo más cerca posible de lo que ninguna te ha querido antes.

Es tan difícil dar algo tan increíble por imposible. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario