Te recuerdo a los quince
con los destellos de una infancia
entre pasillos de hospitales,
donde descubriste tu vocación
y comenzaste a escalar peldaños.
Te recuerdo a los dieciséis,
con una maraña de canciones de Pereza en el pelo,
las manos teñidas de pintura
y la sonrisa entre las nubes.
Te recuerdo a los diecisiete,
siempre con un par de libros a la espalda,
con una incertidumbre incipiente por el futuro
pero con unas cuantas cervezas de más
sobre la mesa.
Te recuerdo a los dieciocho,
y al mundo contento porque, joder,
eras tú quién iba a comérselo,
y no ibas a dejar ni un solo pedazo.
Te recuerdo a los diecinueve,
enseñándome la injusticia más allá de las fronteras,
paseando entre los paisajes de África
y con la solidaridad por bandera.
Te recuerdo a los veinte:
preciosa, feliz e inocente, como siempre;
mujer, incombustible y luchadora, como nunca.
Te recuerdo a los veintiuno,
como un verso que acabas de entonar
y que aún está en alguna calle de Malasaña
en busca de la siguiente estrofa.
Hoy te veo con veintidós,
y entiendo por qué nos decían eso de piel de huracán:
la mariposa debió batir sus alas hace tiempo,
pero nosotras no hemos dejado de girar.
Estrechamos lazos,
nuestras sonrisas se vuelven a encontrar
y te doy un abrazo:
aquí estamos, con una vela de más
y brindando por nuestra amistad.
Te imagino con treinta,
en cualquier parte del mundo.
Te imagino con cuarenta,
llegando a ser pionera
en alguna investigación médica.
Te imagino con cincuenta,
con esas pequeñas arrugas
símbolo de la felicidad
que impregnas.
Y también te imagino con sesenta
con varios cuadros pintados por ti
en una habitación con olor a la vida plena
que siempre quisiste.
Te recuerdo y te imagino,
pero siempre,
al otro lado,
estoy yo contigo.
Felicidades,
M.
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